jueves, 20 de octubre de 2016

ACERCA DE “LINCHAMIENTOS” por Lucio Vellucci


La presentación del libro “linchamientos” en la Biblioteca, en el mes de septiembre, nos ha dejado, además de la satisfacción por la gran convocatoria, (lo que revela una avidez del público por instancias de debates profundas, seguramente vedados desde los poderes locales instituidos y el sensacionalismo mediático) algunas interesantes reflexiones que estimulan el planteo de nuevas preguntas y nuevos ejes de discusión.
El abordaje teórico de Ariel Penisi y de Bruno Nápoli ha proporcionado los fundamentos para sustentar una crítica radical a lo que han llamado “dosificación de los cuerpos” a través de un discurso de poder que históricamente moldea sujetos estigmatizados, a la sombra del sujeto modelo de la cultura hegemónica. El lenguaje como productor de sentido, fue pensado como el campo a través del cual se entabla una disputa, ya que le es inherente una carga política que imprime en el habla cotidiana un efecto de poder.
De esta manera, el abordaje de los expositores estuvo direccionado a la problematización del fenómeno de los linchamientos desde una perspectiva amplia, en el sentido de que no estuvo circunscripta a un hecho aislado. El planteo de sus exposiciones (y del libro presentado), estuvo enfocado a analizar las tensiones subyacentes en el fenómeno complejo de los linchamientos.
En primera medida, el linchamiento no es un hecho concreto solamente, sino que, para pensarlo, se toma una escala mayor de análisis, es decir, el objeto de estudio no remite a un acto grupal específico observable empíricamente, registrable o no de acuerdo a la presencia de dispositivos de filmación circundantes en manos de pasivos espectadores con el suficiente grado de perversidad.
Para entender los linchamientos desde una mirada desprejuiciada, es necesario preguntarnos por las formaciones culturales que van cimentando las condiciones de posibilidad de ese ‘hecho social’. Es decir, cuáles son las causas históricas y sociales que hacen que ante determinadas situaciones, de pronto emerja una reacción violenta, una manifestación de grupo que brota e irrumpe cuando la vida cotidiana parece desarrollarse normalmente. Para problematizar el fenómeno en su complejidad misma, debemos hacernos las preguntas adecuadas para no errar desde el comienzo y truncar toda posibilidad de arribar a una comprensión que nos permita visualizar de qué se trata (como está plasmado en la etapa del libro) “el policía que llevamos dentro”.
Los linchamientos son fenómenos que no surgen porque sí. No son en sí mismos el problema de una especie de ‘anomia social’ (para seguir hablando en términos de Durkheim), sino que son la manifestación del mismo, la punta del iceberg. Es decir, el linchamiento es el síntoma de un conflicto latente, en constante estado de ebullición, y que no se explica por una suerte de ‘sed de justicia’ de la ciudadanía. No podemos pensarlo como una mera respuesta popular a determinados delitos. No cualquier sujeto es ‘linchable’.
Debemos preguntarnos por ese sujeto potencialmente linchable, que existe antes del linchamiento mismo. Es decir, cómo el lenguaje mismo ya contiene una especie de linchamiento simbólico. Cómo se va conformando, entonces, cierto sujeto estereotipado, un ‘otro’ estigmatizado, pasible de ser linchado.
En el año 2013, en Córdoba, se produjeron una serie de linchamientos en masa, una noche en que, a raíz del acuartelamiento de la policía por reclamos salariales, un sector de la ciudadanía sale a linchar a ‘todo aquel que anduviera en moto y estuviera encapuchado, sea o no delincuente’, como explica un entrevistado del documental “La hora del lobo” disponible en internet.
La cultura hegemónica construye estereotipos y fabrica los lentes a través de los cuales vemos la realidad desde el sentido común (para hablar en términos gramscianos). El hecho de que un grupo de ciudadanos, en distintas ocasiones, emprenda la tarea de hacer ‘justicia por mano propia’ nos revela que, por un lado, ha calado muy hondo la idea de que los mecanismos legítimos de justicia son ineficientes, y por otro lado, estaría habilitado cierto accionar que, si bien porta el discurso de impartir ‘justicia por mano propia’, está impulsado por una fuerte carga emotiva de odio. El linchamiento no busca resarcimiento sobre un delito, busca venganza. Por eso no es justicia. Lejos de tener un justificativo racional, es puramente emotividad lo que lleva a esa acción.
Para dar respuesta al primer punto hay que tener en cuenta que, de acuerdo con Foucault, ‘la funcionalidad del sistema de justicia es justificar la acción policial’. Es decir, registrar a nivel legal el accionar represivo de la policía, darle legitimidad al discurso de poder que se ejecuta en la sola presencia del efectivo policial como garantía del ‘orden público’. El hecho de que en determinado momento brota en el ciudadano común el ‘policía que lleva dentro’ hace que nos preguntemos si no debe interpretarse como una demanda hacia ese nivel de registro de la legalidad de la violencia instituida que permita una intensificación de la represión policial.
Por otra parte, ese estado latente en que los discursos hegemónicos, de un modo sutil, van sentando las bases para exterminar a ese sujeto ‘linchable’, requiere en algún punto de la cooperación del ciudadano que, con la suficiente carga de odio a un ideal ‘otro’ al que exterminar, termina actuando sobre un ciudadano particular y concreto en el que se aplican las características de ese sujeto ideal, estereotipado, linchable. El discurso dominante, desde todos los dispositivos de poder, estimula el odio a ese ‘otro’ y la necesidad de venganza de un ‘nosotros’ desamparado, a la intemperie, inseguro. Hay un ‘otro’ linchable porque el odio que motiva es previo. Se odia a un sujeto ideal y la violencia se descarga sobre un sujeto particular y concreto, representativo de la otredad rechazada. Los nazis odiaban al ser judío, la esencia judía. La otredad constituida a la sombra de la moral dominante es cierto estereotipo de delincuente al que es necesario exterminar, porque lo que se niega es el ser-judío, el ser-negro, el ser-chorro, etc. El lenguaje de la dominación trabaja con asociaciones esencialistas.
Es posible preguntarnos, entonces, si el linchamiento es el síntoma de la eficacia de ese discurso dominante que ha sembrado en cada sujeto la necesidad de un perfeccionamiento de los sistemas de represión hacia la ciudadanía. El linchamiento (y la aceptación generalizada del hecho) es la evidencia empírica de la asunción del rol policial por parte del ciudadano y el placer en la negación física de un sujeto ‘otro’, ideal y bien definido. La instauración de ese rol vigilante que asume cada ciudadano respecto del de al lado, es propia del fascismo.
Ese mismo discurso hegemónico (se sobreentiende por eso lo dicho, pero también las múltiples formas de lo no dicho explícitamente) sienta aquellas condiciones de posibilidad que permiten desplegar las acciones directas que consiguen, una vez consumado el hecho, desvanecido de la esfera de las novedades sensacionalistas de cobertura mediática, una política efectiva e inmediata que lleva, por ejemplo, al poder municipal a intensificar su política coercitiva en la ciudad. Porque, qué queda del hecho aislado que ya nadie recuerda sino una consecuente amplificación de la red de cámaras de seguridad que comporta una inversión de más de doce millones de pesos para incrementar la vigilancia perpetua.
La intensificación de la administración de nuestras libertades se da de manera directamente proporcional al aumento de la administración de la delincuencia por la mafia narco-policial.
Algunas preguntas para terminar (o tal vez, para empezar desde nuevos nudos problemáticos):
¿De qué modo los dispositivos de disciplinamiento mediático oficializan el discurso fascista en cada sujeto que lo asume por sí mismo? ¿De qué manera se despierta en una parte de la ciudadanía cierto placer en asumir el rol policial y la pretensión de que a nivel legal, el sistema de justicia, institucionalice dicha práctica?





Bajo la Holgura Semántica del Capital por Nahuel Valle


 
               Poco ha, que el 12 de octubre -centro neurálgico de disputas semánticas- se esfumó del almanaque; consigo también, van las reflexiones.
Cierto acostumbramiento a debatir según la agenda impuesta por los mass media –como los nomina Guattari en “Caosmosis”- condiciona fuertemente, sesga, o hasta imposibilita la refundación histórica del sujeto.
La vertiginosidad con la que el sujeto construye su temporalidad existencial, cual cúmulo de instantes vacíos y homogéneos  a espectacularizar, hace que, de alguna manera cuasi totalizante, el ser se encuentre imposibilitado de constituirse en tanto sujeto histórico.
Preguntarnos entonces no ya cómo pensamos el 12 de Octubre, bajo qué categorías que con cierto aire kantiano trascendental le brindan al sujeto una cuota de tranquilidad epistémica; sino: Cómo, de qué manera, bajo qué formas aquel etno-genocidio acontecido hace poco más de medio milenio sigue matando en nosotros y, por sobre todas las cosas, a Nuestra Tierra; deviene necesario.
Juan Bautista Alberdi, unos de los mentores de la Constitución Nacional, materializó –el lenguaje se hace carne- la siguiente frase bajo el signo “Civilización o Barbarie”: “Tomad a todos los gauchos de la pampa, educadlos durante cien años, y nunca llegarán a ser lo que es un obrero Inglés”.
Si se cita beneplácitamente el preámbulo de la Constitución, donde yace que todo ciudadano del mundo puede habitar el suelo argentino, nos “olvidamos” de que la ciudadanía gestada bajo los símbolos de “Libertad”, “Fraternidad” e “Igualdad” paridos por la Revolución Francesa, solo eran derechos del Hombre blanco y europeo; ellos eran los ciudadanos del mundo y, solo ellos. Ellas no. Como también, nos “olvidamos”, de que fue La Revolución Haitiana conducida por esclavos libertadores, la que no solo expulsó de sus tierras al ejército napoleónico, sino que además, obligó a la Revolución Francesa a dar el paso hacia la abolición total de la esclavitud.
Si solo ponemos el foco en el problema en tanto problema categórico  -con todo lo que ello implica- caeríamos en un excesivo posmodernismo en el que el sujeto se pierde inmerso en, siendo un producto de, la textualidad deconstruida, o, a deconstruir.
Un lector presuroso nos podría, de manera presurosa también, objetar que: “Es mucho mejor hablar del “Día de la Diversidad Cultural” y no del “Día de la Raza”…” No se trata, por lo menos no lo pensamos en esos términos, de si es “mejor” o “peor”; las oposiciones binarias irreductibles no son las más adecuadas para la reflexión. El artículo “Lo dual ideológico como forma de lo no pensable” de Lucio, con quién problematizaremos en las líneas venideras, da cuenta de ello. Decíamos entonces que no se trata de si es “mejor” o “peor”, sino de reflexionar sobre la necesariedad de una nueva cosmovisión, de crear una nueva forma de relación entre el ser y la Tierra -puesto que en ella el ser es- que no se logrará nunca a la saga de la holgura del capital.
Frederic  Jameson en su obra “Posmodernismo o  Lógica funcional del capitalismo avanzado” da cuenta, en consonancia dialéctica con Lenin y su “Imperialismo. Fase superior del capitalismo”, que la “diversidad cultural” entendida como la pura textualidad que produce subjetividades, donde el sujeto particular y concreto yace desbordado de narrativas que lo vuelven prescindible, es la lógica funcional del capitalismo avanzado ¿Por qué? Pues, la Multiculturalidad en tanto categoría, en tanto pura textualidad, sin sujeto, lleva inscripto dentro de sí el Etnocidio; lo legitima en pos de la mundialización de la lógica del capital, en pos de la maximización del plus valor. Detrás de la bonita, “permisiva” y “tolerante” (dentro de estos significantes yacen la propiedad privada y la total homogeneización del sujeto) cara del multiculturalismo se encuentran un niño en Malasia produciendo zapatillas Nike en condiciones poco, o nada humanas, y un Río en San Juan totalmente contaminado por cianuro. “Jamás se ha dado un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie” sentencia Walter Benjamin en su “Tesis de Filosofía de la Historia”
Lejos estamos de por solo nominar al 12 de Octubre en tanto “Día de la Diversidad Cultural” construir cultura contra-hegemónica en un sentido gramsicano. Solo estamos yendo a la saga de la holgura del capital; con su tiempo, que no es el de Vida, y en su lógica funcional, que no es la de la Tierra.
¿Qué es, entonces, el “Día de la Diversidad Cultural”? Se nos podría responder que es el día del “respeto” por otras culturas, o, la celebración de los encuentros culturales, o, el día en el que se celebra que se tiene respeto por culturas Otras y, por el Otro. Pero… ¿Cuáles “otras culturas”? ¿Cuál Otro? ¿Aquel Otro que es Otro en tanto que es semejante a mí? ¿O el Otro, con su piel, su carne, sus huesos, sus formas de existir? ¿Cómo se encuentran esas culturas? ¿No se haya, acaso, detrás de ese “encuentro”, el día 12 de octubre de 1492, la génesis del capitalismo, aquella que Marx nominó en tanto “Acumulación Originaria”? El “Día de la Diversidad Cultural” ¿No es un disfraz de la violencia sistémica? ¿No es una operación fetichista que esconde la explotación del ser y de la Tierra?

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Siempre que algo se muestra, algo se oculta; y paradójicamente, de eso que se muestra, hay algo que no se ve. Tal es el funcionamiento de la Ideología. Mostrar ocultando, y, de aquello que se muestra, vedar una arista.
Coincidimos con Lucio. Su artículo “Lo dual ideológico como forma de lo no pensable” es una clara explicitación del funcionamiento de la ideología.1
¿Qué es lo que se busca ocultar detrás del muestrario ideológico? Y de aquello que se muestra ¿Qué es lo que no se ve?  ¿No está detrás de aquello, quizá, la propiedad privada, cual Real lacaniano del capitalismo? ¿No se encuentra acaso detrás del “Día de la Raza”, la misma violencia sistémica, que detrás del “Día de la Diversidad Cultural”? ¿Hay alguna diferencia entre Cristóbal Colón y  los suyos, que en tan solo tres meses destruyeron a los Taínos, y, la “Barrick Gold”, “Chevrón” y Gustavo Grobocopatel? ¿Por qué, pues, la ideología oculta lo que oculta?
La dialéctica del Amo y el Esclavo hegeliana, en su lectura marxista, lleva dentro de sí la respuesta.
Lo que hace que el Amo  (Burgués) sea lo que es, es la posesión de los medios de producción. El esclavo  (proletario), en cambio, nada posee más que su fuerza de trabajo; no tiene nada que perder, todo por ganar ¿Si se revela? El Amo dejaría de existir.
1 ¿Se puede escapar a la ideología? ¿No deberíamos, acaso, problematizar con el dictum althusseriano de que nadie escapa a la ideología, puesto que nos interpela, nos da un potencial lugar de sujeto? Preguntas todas que este artículo no busca responder.

                  Un Terror Ontológico acomete al Amo ante la inminente pérdida de la propiedad, ante la intromisión, por fuerza revolucionaria, de lo Real lacaniano del capitalismo. Aquello que si se toca, el capitalismo -y consigo va el Amo- dejaría de existir. 
  Este Terror Ontológico se manifiesta a través del aparato ideológico, cual guardián del status quo, en sus tres vertientes: El Odio de clase, a través de la violencia indiscriminada (macrismo-golpes militares).
   El populismo, donde la violencia sistémica se legitima a través de la “beneficencia social” (Kirchnerismo-Peronismo).
   El cristianismo, donde la violencia se legitima a través del sufrimiento y martirio, y los oprimidos reciben el fruto de la caridad –en esto en nada se separa del kirchnerismo- representado hoy por el Papa Francisco.     
¿Cómo desentramar entonces al aparato ideológico? Haciéndole preguntas al sistema que no puede responder. Preguntas en las que el sujeto exista.
Qué pasaría si…. Nomináramos al 12 de Octubre en tanto “Día de la Reivindicación de nuestra Negritud”  y si tomásemos como estandarte el artículo 14 de la Revolución Haitiana y dijésemos que: “Todos, sin importar el color, cualquiera sea nuestro color: Somos Negros”
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Lacan nos dice en su “Ética del Psicoanálisis” que “Marx aspira a un Estado donde la emancipación humana no solo se producirá políticamente, sino realmente, y donde el hombre se encontrará con respecto a su organización, en una relación no alienada”. Nosotros también.
 El 11 de Septiembre del 2001 se intentó borrar a Salvador Allende; por esa extraña caución de la Historia -esa que Marx llamó materialismo histórico- ese mismo día, el capitalismo fue castrado.
No tardará pues -no tiene que tardar- en repensarse desde el clítoris orgásmico de la Tierra, el concepto de Revolución.
“La Naturaleza lucha contra la explotación del proletariado” (Benjamin, Walter; Tesis de Filosofía de la Historia)