La presentación del libro “linchamientos”
en la Biblioteca, en el mes de septiembre, nos ha dejado, además de la
satisfacción por la gran convocatoria, (lo que revela una avidez del público por
instancias de debates profundas, seguramente vedados desde los poderes locales
instituidos y el sensacionalismo mediático) algunas interesantes reflexiones
que estimulan el planteo de nuevas preguntas y nuevos ejes de discusión.
El abordaje teórico de Ariel Penisi y de
Bruno Nápoli ha proporcionado los fundamentos para sustentar una crítica
radical a lo que han llamado “dosificación de los cuerpos” a través de un
discurso de poder que históricamente moldea sujetos estigmatizados, a la sombra
del sujeto modelo de la cultura hegemónica. El lenguaje como productor de
sentido, fue pensado como el campo a través del cual se entabla una disputa, ya
que le es inherente una carga política que imprime en el habla cotidiana un
efecto de poder.
De esta manera, el abordaje de los
expositores estuvo direccionado a la problematización del fenómeno de los
linchamientos desde una perspectiva amplia, en el sentido de que no estuvo
circunscripta a un hecho aislado. El planteo de sus exposiciones (y del libro
presentado), estuvo enfocado a analizar las tensiones subyacentes en el
fenómeno complejo de los linchamientos.
En primera medida, el linchamiento no es
un hecho concreto solamente, sino que, para pensarlo, se toma una escala mayor
de análisis, es decir, el objeto de estudio no remite a un acto grupal
específico observable empíricamente, registrable o no de acuerdo a la presencia
de dispositivos de filmación circundantes en manos de pasivos espectadores con
el suficiente grado de perversidad.
Para entender los linchamientos desde
una mirada desprejuiciada, es necesario preguntarnos por las formaciones
culturales que van cimentando las condiciones de posibilidad de ese ‘hecho
social’. Es decir, cuáles son las causas históricas y sociales que hacen que
ante determinadas situaciones, de pronto emerja una reacción violenta, una
manifestación de grupo que brota e irrumpe cuando la vida cotidiana parece
desarrollarse normalmente. Para problematizar el fenómeno en su complejidad
misma, debemos hacernos las preguntas adecuadas para no errar desde el comienzo
y truncar toda posibilidad de arribar a una comprensión que nos permita
visualizar de qué se trata (como está plasmado en la etapa del libro) “el policía
que llevamos dentro”.
Los linchamientos son fenómenos que no
surgen porque sí. No son en sí mismos el problema de una especie de ‘anomia
social’ (para seguir hablando en términos de Durkheim), sino que son la
manifestación del mismo, la punta del iceberg. Es decir, el linchamiento es el
síntoma de un conflicto latente, en constante estado de ebullición, y que no se
explica por una suerte de ‘sed de justicia’ de la ciudadanía. No podemos
pensarlo como una mera respuesta popular a determinados delitos. No cualquier
sujeto es ‘linchable’.
Debemos preguntarnos por ese sujeto
potencialmente linchable, que existe antes del linchamiento mismo. Es decir,
cómo el lenguaje mismo ya contiene una especie de linchamiento simbólico. Cómo
se va conformando, entonces, cierto sujeto estereotipado, un ‘otro’
estigmatizado, pasible de ser linchado.
En el año 2013, en Córdoba, se
produjeron una serie de linchamientos en masa, una noche en que, a raíz del
acuartelamiento de la policía por reclamos salariales, un sector de la
ciudadanía sale a linchar a ‘todo aquel que anduviera en moto y estuviera
encapuchado, sea o no delincuente’, como explica un entrevistado del documental
“La hora del lobo” disponible en internet.
La cultura hegemónica construye
estereotipos y fabrica los lentes a través de los cuales vemos la realidad
desde el sentido común (para hablar en términos gramscianos). El hecho de que
un grupo de ciudadanos, en distintas ocasiones, emprenda la tarea de hacer
‘justicia por mano propia’ nos revela que, por un lado, ha calado muy hondo la
idea de que los mecanismos legítimos de justicia son ineficientes, y por otro
lado, estaría habilitado cierto accionar que, si bien porta el discurso de
impartir ‘justicia por mano propia’,
está impulsado por una fuerte carga emotiva de odio. El linchamiento no busca
resarcimiento sobre un delito, busca venganza. Por eso no es justicia. Lejos de tener un
justificativo racional, es puramente emotividad lo que lleva a esa acción.
Para dar respuesta al primer punto hay
que tener en cuenta que, de acuerdo con Foucault, ‘la funcionalidad del sistema
de justicia es justificar la acción policial’. Es decir, registrar a nivel legal
el accionar represivo de la policía, darle legitimidad al discurso de poder que
se ejecuta en la sola presencia del efectivo policial como garantía del ‘orden
público’. El hecho de que en determinado momento brota en el ciudadano común el
‘policía que lleva dentro’ hace que nos preguntemos si no debe interpretarse
como una demanda hacia ese nivel de registro de la legalidad de la violencia
instituida que permita una intensificación de la represión policial.
Por otra parte, ese estado latente en
que los discursos hegemónicos, de un modo sutil, van sentando las bases para
exterminar a ese sujeto ‘linchable’, requiere en algún punto de la cooperación
del ciudadano que, con la suficiente carga de odio a un ideal ‘otro’ al que
exterminar, termina actuando sobre un ciudadano particular y concreto en el que
se aplican las características de ese sujeto ideal, estereotipado, linchable.
El discurso dominante, desde todos los dispositivos de poder, estimula el odio
a ese ‘otro’ y la necesidad de venganza de un ‘nosotros’ desamparado, a la intemperie,
inseguro. Hay un ‘otro’ linchable porque el odio que motiva es previo. Se odia
a un sujeto ideal y la violencia se descarga sobre un sujeto particular y
concreto, representativo de la otredad rechazada. Los nazis odiaban al ser
judío, la esencia judía. La otredad constituida a la sombra de la moral
dominante es cierto estereotipo de delincuente al que es necesario exterminar,
porque lo que se niega es el ser-judío, el ser-negro, el ser-chorro, etc. El
lenguaje de la dominación trabaja con asociaciones esencialistas.
Es posible preguntarnos, entonces, si el
linchamiento es el síntoma de la eficacia de ese discurso dominante que ha
sembrado en cada sujeto la necesidad de un perfeccionamiento de los sistemas de
represión hacia la ciudadanía. El linchamiento (y la aceptación generalizada
del hecho) es la evidencia empírica de la asunción del rol policial por parte
del ciudadano y el placer en la negación física de un sujeto ‘otro’, ideal y
bien definido. La instauración de ese rol vigilante que asume cada ciudadano
respecto del de al lado, es propia del fascismo.
Ese mismo discurso hegemónico (se
sobreentiende por eso lo dicho, pero también las múltiples formas de lo no
dicho explícitamente) sienta aquellas condiciones de posibilidad que permiten
desplegar las acciones directas que consiguen, una vez consumado el hecho,
desvanecido de la esfera de las novedades sensacionalistas de cobertura
mediática, una política efectiva e inmediata que lleva, por ejemplo, al poder
municipal a intensificar su política coercitiva en la ciudad. Porque, qué queda
del hecho aislado que ya nadie recuerda sino una consecuente amplificación de
la red de cámaras de seguridad que comporta una inversión de más de doce
millones de pesos para incrementar la vigilancia perpetua.
La intensificación de la administración
de nuestras libertades se da de manera directamente proporcional al aumento de
la administración de la delincuencia por la mafia narco-policial.
Algunas preguntas para terminar (o tal
vez, para empezar desde nuevos nudos problemáticos):
¿De qué modo los dispositivos de
disciplinamiento mediático oficializan el discurso fascista en cada sujeto que
lo asume por sí mismo? ¿De qué manera se despierta en una parte de la
ciudadanía cierto placer en asumir el rol policial y la pretensión de que a
nivel legal, el sistema de justicia, institucionalice dicha práctica?
La cultura hegemónica construye estereotipos y fabrica los lentes a través de los cuales vemos la realidad desde el sentido común (para hablar en términos gramscianos). El hecho de que un grupo de ciudadanos, en distintas ocasiones, emprenda la tarea de hacer ‘justicia por mano propia’ nos revela que, por un lado, ha calado muy hondo la idea de que los mecanismos legítimos de justicia son ineficientes, y por otro lado, estaría habilitado cierto accionar que, si bien porta el discurso de impartir ‘justicia por mano propia’, está impulsado por una fuerte carga emotiva de odio. El linchamiento no busca resarcimiento sobre un delito, busca venganza. Por eso no es justicia. Lejos de tener un justificativo racional, es puramente emotividad lo que lleva a esa acción.
ResponderBorrar¡Qué buen análisis ,Lucio!
Profundo , sincero y real.
Ojala muchas personas puedan lograr entender la realidad que estamos viviendo hoy en día, sacarse las vendas de los ojos y poder ver lo que es tangible en esta sociedad.
Justamente a los medios de comunicación y al capitalismo les conviene tenernos asì,mezquinos y envidiosos, por eso mismo pienso de que se crean varios espectáculos a favor de la ignorancia sobre estos acontecimientos...
¿Existe un cambio social ? ¿un cambio de pensamiento que no nos identifique con la venganza y el remordimiento ? Yo creo que si ,continuamente, somos muchos los que estamos creando otra percepción que se identifica absolutamente con los derechos seres humanos.Y no contra éstos .
¡Gracias por la reflexión!