jueves, 20 de octubre de 2016

ACERCA DE “LINCHAMIENTOS” por Lucio Vellucci


La presentación del libro “linchamientos” en la Biblioteca, en el mes de septiembre, nos ha dejado, además de la satisfacción por la gran convocatoria, (lo que revela una avidez del público por instancias de debates profundas, seguramente vedados desde los poderes locales instituidos y el sensacionalismo mediático) algunas interesantes reflexiones que estimulan el planteo de nuevas preguntas y nuevos ejes de discusión.
El abordaje teórico de Ariel Penisi y de Bruno Nápoli ha proporcionado los fundamentos para sustentar una crítica radical a lo que han llamado “dosificación de los cuerpos” a través de un discurso de poder que históricamente moldea sujetos estigmatizados, a la sombra del sujeto modelo de la cultura hegemónica. El lenguaje como productor de sentido, fue pensado como el campo a través del cual se entabla una disputa, ya que le es inherente una carga política que imprime en el habla cotidiana un efecto de poder.
De esta manera, el abordaje de los expositores estuvo direccionado a la problematización del fenómeno de los linchamientos desde una perspectiva amplia, en el sentido de que no estuvo circunscripta a un hecho aislado. El planteo de sus exposiciones (y del libro presentado), estuvo enfocado a analizar las tensiones subyacentes en el fenómeno complejo de los linchamientos.
En primera medida, el linchamiento no es un hecho concreto solamente, sino que, para pensarlo, se toma una escala mayor de análisis, es decir, el objeto de estudio no remite a un acto grupal específico observable empíricamente, registrable o no de acuerdo a la presencia de dispositivos de filmación circundantes en manos de pasivos espectadores con el suficiente grado de perversidad.
Para entender los linchamientos desde una mirada desprejuiciada, es necesario preguntarnos por las formaciones culturales que van cimentando las condiciones de posibilidad de ese ‘hecho social’. Es decir, cuáles son las causas históricas y sociales que hacen que ante determinadas situaciones, de pronto emerja una reacción violenta, una manifestación de grupo que brota e irrumpe cuando la vida cotidiana parece desarrollarse normalmente. Para problematizar el fenómeno en su complejidad misma, debemos hacernos las preguntas adecuadas para no errar desde el comienzo y truncar toda posibilidad de arribar a una comprensión que nos permita visualizar de qué se trata (como está plasmado en la etapa del libro) “el policía que llevamos dentro”.
Los linchamientos son fenómenos que no surgen porque sí. No son en sí mismos el problema de una especie de ‘anomia social’ (para seguir hablando en términos de Durkheim), sino que son la manifestación del mismo, la punta del iceberg. Es decir, el linchamiento es el síntoma de un conflicto latente, en constante estado de ebullición, y que no se explica por una suerte de ‘sed de justicia’ de la ciudadanía. No podemos pensarlo como una mera respuesta popular a determinados delitos. No cualquier sujeto es ‘linchable’.
Debemos preguntarnos por ese sujeto potencialmente linchable, que existe antes del linchamiento mismo. Es decir, cómo el lenguaje mismo ya contiene una especie de linchamiento simbólico. Cómo se va conformando, entonces, cierto sujeto estereotipado, un ‘otro’ estigmatizado, pasible de ser linchado.
En el año 2013, en Córdoba, se produjeron una serie de linchamientos en masa, una noche en que, a raíz del acuartelamiento de la policía por reclamos salariales, un sector de la ciudadanía sale a linchar a ‘todo aquel que anduviera en moto y estuviera encapuchado, sea o no delincuente’, como explica un entrevistado del documental “La hora del lobo” disponible en internet.
La cultura hegemónica construye estereotipos y fabrica los lentes a través de los cuales vemos la realidad desde el sentido común (para hablar en términos gramscianos). El hecho de que un grupo de ciudadanos, en distintas ocasiones, emprenda la tarea de hacer ‘justicia por mano propia’ nos revela que, por un lado, ha calado muy hondo la idea de que los mecanismos legítimos de justicia son ineficientes, y por otro lado, estaría habilitado cierto accionar que, si bien porta el discurso de impartir ‘justicia por mano propia’, está impulsado por una fuerte carga emotiva de odio. El linchamiento no busca resarcimiento sobre un delito, busca venganza. Por eso no es justicia. Lejos de tener un justificativo racional, es puramente emotividad lo que lleva a esa acción.
Para dar respuesta al primer punto hay que tener en cuenta que, de acuerdo con Foucault, ‘la funcionalidad del sistema de justicia es justificar la acción policial’. Es decir, registrar a nivel legal el accionar represivo de la policía, darle legitimidad al discurso de poder que se ejecuta en la sola presencia del efectivo policial como garantía del ‘orden público’. El hecho de que en determinado momento brota en el ciudadano común el ‘policía que lleva dentro’ hace que nos preguntemos si no debe interpretarse como una demanda hacia ese nivel de registro de la legalidad de la violencia instituida que permita una intensificación de la represión policial.
Por otra parte, ese estado latente en que los discursos hegemónicos, de un modo sutil, van sentando las bases para exterminar a ese sujeto ‘linchable’, requiere en algún punto de la cooperación del ciudadano que, con la suficiente carga de odio a un ideal ‘otro’ al que exterminar, termina actuando sobre un ciudadano particular y concreto en el que se aplican las características de ese sujeto ideal, estereotipado, linchable. El discurso dominante, desde todos los dispositivos de poder, estimula el odio a ese ‘otro’ y la necesidad de venganza de un ‘nosotros’ desamparado, a la intemperie, inseguro. Hay un ‘otro’ linchable porque el odio que motiva es previo. Se odia a un sujeto ideal y la violencia se descarga sobre un sujeto particular y concreto, representativo de la otredad rechazada. Los nazis odiaban al ser judío, la esencia judía. La otredad constituida a la sombra de la moral dominante es cierto estereotipo de delincuente al que es necesario exterminar, porque lo que se niega es el ser-judío, el ser-negro, el ser-chorro, etc. El lenguaje de la dominación trabaja con asociaciones esencialistas.
Es posible preguntarnos, entonces, si el linchamiento es el síntoma de la eficacia de ese discurso dominante que ha sembrado en cada sujeto la necesidad de un perfeccionamiento de los sistemas de represión hacia la ciudadanía. El linchamiento (y la aceptación generalizada del hecho) es la evidencia empírica de la asunción del rol policial por parte del ciudadano y el placer en la negación física de un sujeto ‘otro’, ideal y bien definido. La instauración de ese rol vigilante que asume cada ciudadano respecto del de al lado, es propia del fascismo.
Ese mismo discurso hegemónico (se sobreentiende por eso lo dicho, pero también las múltiples formas de lo no dicho explícitamente) sienta aquellas condiciones de posibilidad que permiten desplegar las acciones directas que consiguen, una vez consumado el hecho, desvanecido de la esfera de las novedades sensacionalistas de cobertura mediática, una política efectiva e inmediata que lleva, por ejemplo, al poder municipal a intensificar su política coercitiva en la ciudad. Porque, qué queda del hecho aislado que ya nadie recuerda sino una consecuente amplificación de la red de cámaras de seguridad que comporta una inversión de más de doce millones de pesos para incrementar la vigilancia perpetua.
La intensificación de la administración de nuestras libertades se da de manera directamente proporcional al aumento de la administración de la delincuencia por la mafia narco-policial.
Algunas preguntas para terminar (o tal vez, para empezar desde nuevos nudos problemáticos):
¿De qué modo los dispositivos de disciplinamiento mediático oficializan el discurso fascista en cada sujeto que lo asume por sí mismo? ¿De qué manera se despierta en una parte de la ciudadanía cierto placer en asumir el rol policial y la pretensión de que a nivel legal, el sistema de justicia, institucionalice dicha práctica?





Bajo la Holgura Semántica del Capital por Nahuel Valle


 
               Poco ha, que el 12 de octubre -centro neurálgico de disputas semánticas- se esfumó del almanaque; consigo también, van las reflexiones.
Cierto acostumbramiento a debatir según la agenda impuesta por los mass media –como los nomina Guattari en “Caosmosis”- condiciona fuertemente, sesga, o hasta imposibilita la refundación histórica del sujeto.
La vertiginosidad con la que el sujeto construye su temporalidad existencial, cual cúmulo de instantes vacíos y homogéneos  a espectacularizar, hace que, de alguna manera cuasi totalizante, el ser se encuentre imposibilitado de constituirse en tanto sujeto histórico.
Preguntarnos entonces no ya cómo pensamos el 12 de Octubre, bajo qué categorías que con cierto aire kantiano trascendental le brindan al sujeto una cuota de tranquilidad epistémica; sino: Cómo, de qué manera, bajo qué formas aquel etno-genocidio acontecido hace poco más de medio milenio sigue matando en nosotros y, por sobre todas las cosas, a Nuestra Tierra; deviene necesario.
Juan Bautista Alberdi, unos de los mentores de la Constitución Nacional, materializó –el lenguaje se hace carne- la siguiente frase bajo el signo “Civilización o Barbarie”: “Tomad a todos los gauchos de la pampa, educadlos durante cien años, y nunca llegarán a ser lo que es un obrero Inglés”.
Si se cita beneplácitamente el preámbulo de la Constitución, donde yace que todo ciudadano del mundo puede habitar el suelo argentino, nos “olvidamos” de que la ciudadanía gestada bajo los símbolos de “Libertad”, “Fraternidad” e “Igualdad” paridos por la Revolución Francesa, solo eran derechos del Hombre blanco y europeo; ellos eran los ciudadanos del mundo y, solo ellos. Ellas no. Como también, nos “olvidamos”, de que fue La Revolución Haitiana conducida por esclavos libertadores, la que no solo expulsó de sus tierras al ejército napoleónico, sino que además, obligó a la Revolución Francesa a dar el paso hacia la abolición total de la esclavitud.
Si solo ponemos el foco en el problema en tanto problema categórico  -con todo lo que ello implica- caeríamos en un excesivo posmodernismo en el que el sujeto se pierde inmerso en, siendo un producto de, la textualidad deconstruida, o, a deconstruir.
Un lector presuroso nos podría, de manera presurosa también, objetar que: “Es mucho mejor hablar del “Día de la Diversidad Cultural” y no del “Día de la Raza”…” No se trata, por lo menos no lo pensamos en esos términos, de si es “mejor” o “peor”; las oposiciones binarias irreductibles no son las más adecuadas para la reflexión. El artículo “Lo dual ideológico como forma de lo no pensable” de Lucio, con quién problematizaremos en las líneas venideras, da cuenta de ello. Decíamos entonces que no se trata de si es “mejor” o “peor”, sino de reflexionar sobre la necesariedad de una nueva cosmovisión, de crear una nueva forma de relación entre el ser y la Tierra -puesto que en ella el ser es- que no se logrará nunca a la saga de la holgura del capital.
Frederic  Jameson en su obra “Posmodernismo o  Lógica funcional del capitalismo avanzado” da cuenta, en consonancia dialéctica con Lenin y su “Imperialismo. Fase superior del capitalismo”, que la “diversidad cultural” entendida como la pura textualidad que produce subjetividades, donde el sujeto particular y concreto yace desbordado de narrativas que lo vuelven prescindible, es la lógica funcional del capitalismo avanzado ¿Por qué? Pues, la Multiculturalidad en tanto categoría, en tanto pura textualidad, sin sujeto, lleva inscripto dentro de sí el Etnocidio; lo legitima en pos de la mundialización de la lógica del capital, en pos de la maximización del plus valor. Detrás de la bonita, “permisiva” y “tolerante” (dentro de estos significantes yacen la propiedad privada y la total homogeneización del sujeto) cara del multiculturalismo se encuentran un niño en Malasia produciendo zapatillas Nike en condiciones poco, o nada humanas, y un Río en San Juan totalmente contaminado por cianuro. “Jamás se ha dado un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie” sentencia Walter Benjamin en su “Tesis de Filosofía de la Historia”
Lejos estamos de por solo nominar al 12 de Octubre en tanto “Día de la Diversidad Cultural” construir cultura contra-hegemónica en un sentido gramsicano. Solo estamos yendo a la saga de la holgura del capital; con su tiempo, que no es el de Vida, y en su lógica funcional, que no es la de la Tierra.
¿Qué es, entonces, el “Día de la Diversidad Cultural”? Se nos podría responder que es el día del “respeto” por otras culturas, o, la celebración de los encuentros culturales, o, el día en el que se celebra que se tiene respeto por culturas Otras y, por el Otro. Pero… ¿Cuáles “otras culturas”? ¿Cuál Otro? ¿Aquel Otro que es Otro en tanto que es semejante a mí? ¿O el Otro, con su piel, su carne, sus huesos, sus formas de existir? ¿Cómo se encuentran esas culturas? ¿No se haya, acaso, detrás de ese “encuentro”, el día 12 de octubre de 1492, la génesis del capitalismo, aquella que Marx nominó en tanto “Acumulación Originaria”? El “Día de la Diversidad Cultural” ¿No es un disfraz de la violencia sistémica? ¿No es una operación fetichista que esconde la explotación del ser y de la Tierra?

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Siempre que algo se muestra, algo se oculta; y paradójicamente, de eso que se muestra, hay algo que no se ve. Tal es el funcionamiento de la Ideología. Mostrar ocultando, y, de aquello que se muestra, vedar una arista.
Coincidimos con Lucio. Su artículo “Lo dual ideológico como forma de lo no pensable” es una clara explicitación del funcionamiento de la ideología.1
¿Qué es lo que se busca ocultar detrás del muestrario ideológico? Y de aquello que se muestra ¿Qué es lo que no se ve?  ¿No está detrás de aquello, quizá, la propiedad privada, cual Real lacaniano del capitalismo? ¿No se encuentra acaso detrás del “Día de la Raza”, la misma violencia sistémica, que detrás del “Día de la Diversidad Cultural”? ¿Hay alguna diferencia entre Cristóbal Colón y  los suyos, que en tan solo tres meses destruyeron a los Taínos, y, la “Barrick Gold”, “Chevrón” y Gustavo Grobocopatel? ¿Por qué, pues, la ideología oculta lo que oculta?
La dialéctica del Amo y el Esclavo hegeliana, en su lectura marxista, lleva dentro de sí la respuesta.
Lo que hace que el Amo  (Burgués) sea lo que es, es la posesión de los medios de producción. El esclavo  (proletario), en cambio, nada posee más que su fuerza de trabajo; no tiene nada que perder, todo por ganar ¿Si se revela? El Amo dejaría de existir.
1 ¿Se puede escapar a la ideología? ¿No deberíamos, acaso, problematizar con el dictum althusseriano de que nadie escapa a la ideología, puesto que nos interpela, nos da un potencial lugar de sujeto? Preguntas todas que este artículo no busca responder.

                  Un Terror Ontológico acomete al Amo ante la inminente pérdida de la propiedad, ante la intromisión, por fuerza revolucionaria, de lo Real lacaniano del capitalismo. Aquello que si se toca, el capitalismo -y consigo va el Amo- dejaría de existir. 
  Este Terror Ontológico se manifiesta a través del aparato ideológico, cual guardián del status quo, en sus tres vertientes: El Odio de clase, a través de la violencia indiscriminada (macrismo-golpes militares).
   El populismo, donde la violencia sistémica se legitima a través de la “beneficencia social” (Kirchnerismo-Peronismo).
   El cristianismo, donde la violencia se legitima a través del sufrimiento y martirio, y los oprimidos reciben el fruto de la caridad –en esto en nada se separa del kirchnerismo- representado hoy por el Papa Francisco.     
¿Cómo desentramar entonces al aparato ideológico? Haciéndole preguntas al sistema que no puede responder. Preguntas en las que el sujeto exista.
Qué pasaría si…. Nomináramos al 12 de Octubre en tanto “Día de la Reivindicación de nuestra Negritud”  y si tomásemos como estandarte el artículo 14 de la Revolución Haitiana y dijésemos que: “Todos, sin importar el color, cualquiera sea nuestro color: Somos Negros”
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Lacan nos dice en su “Ética del Psicoanálisis” que “Marx aspira a un Estado donde la emancipación humana no solo se producirá políticamente, sino realmente, y donde el hombre se encontrará con respecto a su organización, en una relación no alienada”. Nosotros también.
 El 11 de Septiembre del 2001 se intentó borrar a Salvador Allende; por esa extraña caución de la Historia -esa que Marx llamó materialismo histórico- ese mismo día, el capitalismo fue castrado.
No tardará pues -no tiene que tardar- en repensarse desde el clítoris orgásmico de la Tierra, el concepto de Revolución.
“La Naturaleza lucha contra la explotación del proletariado” (Benjamin, Walter; Tesis de Filosofía de la Historia)

  


   
     

martes, 4 de octubre de 2016

Mi lapicera - Por Ivo Marinich


Yo no tengo dudas de que toda persona tiene su lapicera que le quepa. Es cuestión de encontrarla nada más. Pueden ser industrialmente idénticas, pero la mano armoniza con una sola; la que logra amoldarse a las curvaturas y contornos, la sensibilidad de ciertos dedos, la piel quisquillosa, a veces dura y tantas otras suave. Como no todas las manos son iguales, tampoco puede serlo su vínculo con las lapiceras.
Pongo por ejemplo mi relación con Morena. La encontré un día tirada, sola, descuidada entre zapatos y tacos que le pasaban al lado. Cuando la levanté, mi mano se llenó de algo parecido al amor; convergieron al primer contacto, hasta bailaron juntos sobre un papel que llevaba en el saco, ella dejaba su marca con un azul oscuro precioso, indeleble tinta cuyos surcos dibujaban fantasías. A partir de entonces no pude escribir con otra lapicera, ni siquiera lo concebía. De seguro mi mano se hubiera sentido torpe, ebria; la letra me hubiera salido fea, inentendible, y es probable que hasta hubiera cometido esos errores de ortografía que tanto quiero evitar. Además ¿por qué escribir con otra? Ella, a través del puño, representaba mi alma, ¿qué otra hubiera logrado cosa semejante? No es lógico andar buscando en otro lado lo que uno ya tiene.
Sin embargo debí hacer algo mal. Será que enojado comencé a escribir relatos lúgubres y monótonos; será que apreté mucho el puño contra la hoja o que en una crisis de nervios la mordí por demás. Pudo haber sido cualquier cosa. Cierto es que la tinta comenzó a menguar. Es lo que sucede con las lapiceras, si uno desperdicia la tinta al poco tiempo termina acabándose. Comenzó haciendo desaparecer algunas letras. Yo en mi fuero interno sabía que se estaba acabando pero la apretaba y me enojaba porque no me respondía. Después fueron palabras enteras. Me cansé y entonces tomé cualquier otra, echándole la culpa del reemplazo. Cuando se me pasaba el disgusto volvía a ella y escribía de nuevo suavemente, acompañándola con lentos zigzagueos de la mano.
Un día desapareció. No la encontré en el escritorio, ni sobre la mesada, tampoco entre la suciedad del piso. Pienso que quizá la llevé conmigo y cayó del bolsillo cuando tuvo la oportunidad. Es probable que alguien ya la haya levantado, ya recargado la tinta para ser su mano la que baile al son de Morena. Lloré la pérdida. Mi puño se endureció, tanto que pensé que había muerto. Pasaron semanas para que pudiera volver a escribir, torpe, indolentemente.
Hoy sé que mi relación con ella tenía los días contados, así como yo tengo los años. Me hubiera gustado hacer de ellos algo más digno. Quién dice, de haberla cuidado, quizá hoy todavía bailaríamos juntos. De vez en cuando miro las baldosas de la calle, sabiendo que busco lo que no se busca, lo que un día tuve la suerte de encontrar.

viernes, 16 de septiembre de 2016

¿QUE SOCIEDAD QUEREMOS? - Por Guillermo Colella


   No es ninguna idea de vanguardia ni original que utilizamos utopías como estrellas guías para direccionarnos hacia la sociedad que anhelamos. Nos valemos de ideales rectores que no necesariamente se corresponden con lo que acontece en la realidad cotidiana. Por este motivo, aquellos que tratamos de tocarlos con nuestras manos  se nos tilda de soñadores, de vivir en una realidad que solo existe en nuestras mentes y deseos.
   ¿Es acaso irreal pensar que las cosas pueden cambiar? ¿Es ilógico creer que la sociedad puede ser diferente? La respuesta a ambas preguntas es NO. Si así lo fuera, aun estaríamos viviendo en una época de oscurantismo. Vivieron personas que se atrevieron a imaginar las cosas de manera diferente, lucharon por cambiar las verdades que se creían absolutas e incuestionables. Hubo, hay y habrá soñadores idealistas que irán en contra de la corriente del sentido común, en contra de la apreciación de los hechos de sus contemporáneos. No son pocos los locos que así sueñan.  
   Kant  nos dio una idea de libertad, que es una más en la larga historia de la filosofía, pero nos atañe por lo que aquí queremos exponer. Muy escuetamente explicada, plantea lo siguiente: en el reino de la causalidad y la necesidad -que es el mundo de la naturaleza- el hombre no es libre, pues nunca podrá escapar a la determinación de la ley de causa-efecto. Ud. no puede elegir vivir eternamente, no puede elegir no morir. No obstante, en el reino inteligible o transcendental donde rigen las leyes de la moralidad el hombre si es libre, pues el se sitúa como punto inicial, como originador de un acto y sus consecuencias. No hay constricciones externas si no que la propia voluntad es la determinante. En otras palabras, para Kant, en el ámbito de la moralidad el hombre se vuelve plenamente responsable de sus actos. Puede decidir realizar o no determinada acción, siendo esta capacidad de elección la Libertad en sí puesta en práctica. Aquí, para el filósofo, la regla para decidirse por una alternativa son las leyes éticas que atañen al Deber Ser.
   Sabemos que esta postura kantiana ha sido criticada desde distintos puntos, principalmente sosteniendo que esta es una visión moralista  euro-centrista de la época en la que vivió. Sin refutar esto, llamamos la atención de que aquí nos interesa una cuestión que creemos central: EL hombre es responsable de sus actos. En última instancia, y aunque se encuentre en peligro su vida, él es libre de elegir si roba o no, si cobra venganza o no. Matar es matar, ya sea deteniendo o perpetrando un delito, como soldado en una guerra, o en defensa propia. Aunque él no matar signifique perder la vida, el hombre sigue teniendo la libertad y responsabilidad moral de elegir matar o no. El Deber Ser está siempre presente, no caduca.
    En este punto ¿Qué moral queremos como estrella guía para nuestra  sociedad? ¿Por cuál utopia queremos luchar? No podemos atrevernos a tomar el derecho de decir lo que piensan o creen todas las personas, pero si podemos decir cuál es la sociedad que nosotros queremos. Queremos una sociedad que no se rija por la Ley del Talión, sino por la idea de Mohandas Karamchand Gandhi “ojo por ojo nos quedamos todos ciegos”. No somos ingenuos, sabemos que esta es solo nuestra estrella guía, sin embargo, hay caminos y caminos para llegar a esta meta.
   ¿Qué camino consideramos adecuado? El del Estado de Derecho, a sabiendas que subyacen en el desigualdades, injusticias, imperfecciones y lagunas legales - aunque Hans Kelsen diga que estas no existen -. Todas imperfecciones, en algunos casos malevolencias, que pueden ser modificadas, cambiadas – si es que así lo deseamos-.
   ¿Con que sustento filosófico-político? Con el que postula que el hombre ingresa o funda – para nuestra argumentación es indiferente cual de los dos- la Sociedad Civil para resguardar la vida y la propiedad (entendida en sentido amplio), pero también renuncia a la potestad de hacer justicia por mano propia, debido a que al ser parte de la causa, sus pasiones pueden transformar en un parpadeo la justicia en un castigo desmedido, más aun, en venganza o sed de sangre. Solo mencionaremos, porque no podemos y no debemos omitir, que la Libertad y la Igualdad deben ser pilares de esta sociedad civil. Pilares que están en una constante y muchas veces insalvable tensión, pero esta discusión exceden a este escrito.
  ¿Cómo transitar este camino? Podemos guiarnos con una historia. Estaba un grupo de rebeldes sobre un punto alto de un cerro, por un camino al píe de este pasaba una caravana de soldados enemigos, los cuales no tenían oportunidad de defensa, siquiera de percatarse de la situación en la que se encontraban. Los rebeldes tenían en la mira a los soldados enemigos, solo aguardaban la orden del comandante para abrir fuego. Sin embargo, este dio la orden de no disparar. Los rebeldes desconcertados e indignados le preguntaron por qué no dio la orden de disparar, si los soldados los hubieran fusilado de ser el caso contrario. El Comandante les contesto: Justamente por eso no podemos y no debemos disparar. ¿Qué sentido tiene luchar por cambiar las cosas si nos comportamos de la misma manera que lo hacen los que nos subyugan? Si cambiamos las cosas debe ser para crear un mundo mejor. Debemos crear un nuevo hombre.
  Soñamos con una sociedad que no este preocupándose por la impunidad, por que los delincuentes reciban un castigo, si no con una que vuelque todos sus esfuerzos para evitar las condiciones estructurales-sociológicas-medioambientales que sirven como caldo de cultivo para que surja la delincuencia. Con esto nos referimos a que se trabaje conjuntamente para terminar o al menos disminuir lo más posible la pobreza estructural y no solo la coyuntural. A que se trabaje para garantizar una educación universal y de calidad. A que se trabaje para que la salud sea de calidad  y verdaderamente pública, no mediada por obras sociales. A que se trabaje para generar una verdadera igualdad de oportunidades para la vida en sí. A que se trabaje para generar puestos de trabajo, sin que sea una premisa la predación del planeta y la objetivación del ser humano. Estas son los tópicos a trabajar para terminar con la delincuencia, no el camino de la mano dura y aumentar los efectivos de seguridad. Estas últimas dos son soluciones paliativas, no definitivas, y muchas veces contraproducentes. 
   Quizás no veamos en vida esta sociedad, pero eso no implica que no debamos luchar por su construcción para que puedan vivirla las generaciones futuras. Y si es que no llegamos a lograr crearla para nuestros descendientes, debemos dejar sentado el ejemplo de que hicimos todo lo posible, todo lo que estuvo a nuestro alcance para poder llegar a ella.


lunes, 12 de septiembre de 2016

BOCANADA - Por Bárbara Basbus

Comienza el fuego una vez más. Ella permanece en el límite exacto entre el nerviosismo y la ansiedad. Camina de lado a lado en la habitación. Se sienta en su cama, frotando sus húmedas manos en el gastado jean. Pero eso no basta. No la tranquiliza. Insiste en pararse y volver a caminar.
Una bocanada, dos, tres. Se siente poderosa, valiente. Imagina que abre su puerta y lo enfrenta, hasta que un grito interrumpe sus utópicos pensamientos. Se paraliza; esas palabras, esa voz, erizan su piel, aceleran sus pulsaciones y no se permite pensar con claridad. Ahora permanece en el suelo, junto a su cama. Entre sus rodillas esconde la cabeza. Se siente abrumada, golpeada por los recuerdos de su infancia. Los odia, lo odia, se odia. Recuerda esa mirada tan oscura, siniestra que la obligaba a callar. Llegar de la escuela, apresurarse con su merienda para encerrarse en la pieza y estar lista para la función, los gritos llegarían a las seis.
Los juguetes carecen de sentido, muñecas, peluches, juegos de cocina, nada resulta importante porque no la entretienen. Se pregunta por qué su casa está sumergida en este infierno. ¿Será igual la de sus compañeros de escuela?No lo sabe, pero sí tiene seguridad de que no debe preguntar. Inmediatamente la voz de su madre vuelve a su mente con la frase que más escuchó: - Papá se enoja seguido, pero te quiere, a su manera nos quiere. Inés calla, sólo la mira. No comprende tanta ingenuidad. Vuelve en sí. Inés levanta la cabeza de entre sus piernas. Seca el sudor de su nuca y convierte su pelo en un improvisado rodete.
Una bocanada, dos, tres. Su bronca y miedo se potencian, al punto de dejar escapar un llanto ahogado, oprimido. Se mira en el espejo e intenta secar sus lágrimas. Su cara ya no es su cara. Está llena de ira, de dolor, sus ojos hinchados y colorados, la desfiguran aun más.
- ¡Inés, Inés! Los gritos de su madre otra vez la perturban. Gritos desesperados clamando piedad, pero Inés aun no puede abrir la puerta. - ¡Callate de una vez, hija de puta! Y una seguidilla de golpes se oye. Pasos desesperados por toda la casa, sillas que se caen, un vaso que estalla, llantos, gemidos, súplicas. Nada parece hacer reaccionar a Inés.
Una bocanada, dos, tres. El fuego del cigarrillo está cada vez más próximo a sus dedos, ya puede sentir el calor llegando a su piel, el sabor más concentrado en su boca, y el dolor del pecho insiste en persistir. Sabe que tiene que actuar, pero se paraliza, duda, llora y se convierte en la cobarde que todos los días pierde la misma batalla.
Una bocanada, dos, tres. Ya no tiene tiempo. El escenario es penoso. Su madre llora como un bebé recién nacido: llanto corto, ahogado, constante. Mira su mesa de luz con un desprecio aun mayor que a su padre. Allí permanece la biblia, junto con el rosario blanco que su madre le obsequió cuando niña. Lo mira, lo aborrece. Una vez más se pierde en sus recuerdos. Noches infinitas en las que rezaba, en las que suplicaba simplemente que todo terminase. Hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra. ¿Acaso ésa era la voluntad de Dios? ¿Por qué? ¿Debía merecerlo? No hay respuestas, nunca las hubo. Recuerda claramente cómo, luego del llanto y el pánico, llegaba la calma plena abrazada a su peluche y al crucifijo. Hoy, esos paupérrimos objetos no la rescatan.
Una bocanada, dos, tres; lee la frase que escribió en su cuaderno la noche anterior.
“Pienso que si existiera un Dios, habría menos maldad en esta tierra. Creo que si el mal existe aquí abajo, entonces fue deseado así por Dios o está fuera de sus poderes evitarlo. Ahora, no puedo temer a un Dios que es malicioso o débil. Lo reto sin miedo y me preocupa un comino sus rayos”. - Marqués de Sade.
Esas palabras le dan toda la valentía que necesita. Toma el arma, abre la puerta. Ahora es su padre quien de rodillas, suplica. El humo se dispersa en una bocanada, dos, tres.

LO DUAL IDEOLOGICO COMO FORMA DE LO NO PENSABLE - Por Lucio Vellucci


Dos

Presentar la realidad en esferas opuestas y cerradas implica la imposibilidad del pensamiento. El terreno de la dualidad es el terreno de la ideología y, por lo tanto, el terreno de la imposibilidad del pensamiento. El dualismo, para decirlo con Deleuze, impide el pensamiento; siempre va a negar la esencia del pensamiento. En tanto proceso, la actividad de pensamiento no puede darse tomando como premisas las formas ideológicas de esterilización: Dos. Para decirlo con el mismo autor, la ideología es el sistema de enunciados que corresponden a una organización del poder.
En tal caso, el poder se estructura bajo una ideología con dos tipos de enunciados distintos que se enfrentan en una simulación discursiva. La ideología es una y consiste en presentar la realidad dividida en dos esferas.
Hay un sistema de enunciados neoliberal y otro sistema de enunciados anti-liberal. La estructura de poder se corresponde no con uno u otro de los sistemas de enunciados, sino con los dos, con la necesidad que tienen uno del otro.
Como representante del primer sistema de enunciados podemos poner a Durán Barba. Basta leer sus columnas en el diario perfil o su ensayo sobre “Estrategias de comunicación para gobiernos”. En ese ensayo dice que “las ideologías y las visiones teóricas de la realidad ceden el paso a una visión mucho más pragmática de la política”. Allí, adhiere a la visión de la ideología como algo disociado de la práctica concreta de los individuos. Pero esta, lejos de ser una posición des-ideologizante, es la ideología misma del neoliberalismo. La creencia de que las prácticas de los sujetos normales están separadas de su universo simbólico es, simplemente, falsa. Propone que la ideología es una manipulación perversa del bando contrario; por eso, el neoliberalismo no se reconoce portador de un sistema de enunciados ideológicos. Se muestra anti-ideológico y no puede nombrar la ideología en que se estructura el orden simbólico de poder. Es un entramado discursivo que no puede explicitarse, no se nombra como tal.
Por otra parte, encontramos una visión crítica al orden neoliberal. Esta sostiene que el Estado “interventor” es el límite y la solución superadora de las políticas de libre-mercado. Sin embargo, de nada sirve a los intereses de un pueblo un Estado interventor que facilita el increíble aumento de la concentración de la riqueza en pocas manos. El Estado puede cumplir un rol esencial, interviniendo para garantizar la protección a grandes corporaciones transnacionales y nacionales. Ahora bien, cualquiera de estos entramados de enunciados en que se estructura el poder, no cuestiona una lógica de fondo. No permite discutir una problemática que les es común.

Dos no existe.

Darío Aranda (periodista argentino, autor del libro Tierra Arrasada, del cual se extraen los siguientes datos) nos dice que “la lucha contra el extractivismo no se trata sólo de una lucha ambiental. Es una acción que cuestiona el paradigma de (supuesto) desarrollo, interpela al poder político y económico y desnuda los límites conservadores de la democracia actual”.
El principal motivo de desmonte, por ejemplo, es el avance del modelo transgénico (fundamentalmente soja), que ya se había iniciado durante el menemismo y que se profundiza en la década posterior. “Si se computa el periodo 2004-2012, las topadoras arrasaron el equivalente a 124 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires”.
Otro ejemplo podría darlo la política petrolífera seguida tanto por gobiernos con discurso liberal como con discurso anti-liberal: YPF fue privatizada durante el gobierno menemista. En el año 2006 se aprobó la Ley 26.154 que amplió los beneficios impositivos que ya tenían las empresas petroleras y gasíferas. “En política hidrocarburífera, los últimos diez años fueron una consolidación y profundización del neoliberalismo de la década del noventa” afirma Diego di Risio, del Observatorio Petrolero Sur. Además, critica el curso que ha tomado la “estatización parcial”. Para agregar un dato, “el acuerdo con Chevrón, de 2014, otorga numerosos beneficios a la empresa. Entre otros, establece regalías del 12 por ciento, cuando Bolivia cobra 50, Venezuela 30, Colombia 25, Canadá 20, Nigeria 19”.
Para pensar la política minera, se puede partir del dato siguiente: “un anillo de oro pesa entre dos y tres gramos. Para obtener ese lujo se dinamitó y trituró media tonelada de roca y se utilizaron millones de litros de agua que permanecerán, por siempre, contaminadas con ácidos”, dice Aranda. El menemismo sancionó la legalidad para el desarrollo de la megaminería y “en la última década la minería fue uno de los sectores que más creció en Argentina, en 2003 había sólo 40 proyectos mineros. En 2012 llegaban a 600”. El problema de fondo no es el porcentaje de retenciones. Pero aun así, téngase en cuenta que “en 2010 Minera Alumbrera dejó el 9,8 % de lo exportado. El municipio de Andalgalá recibió en 2009 apenas el 0,27 % por lo que la empresa extrajo de sus montañas”.
No existen dos esferas enfrentadas. Sólo el entramado de enunciados en que se estructura el poder enhebra un esquema de aparente dualidad para no dejarse pensar.

Después de dos

No se puede tomar como parámetro de progreso social y de felicidad personal la capacidad de la población de comprar computadoras, televisores, autos, celulares y video juegos. El Estado interventor que pretenda basar el progreso social en el aliento al consumo interno de estos aparatos no se distingue de un gobierno neoliberal más que en la capacidad de compra que la población tenga de ellos.
El antropólogo Marshal Sahilins en su trabajo “Economía en la Edad de Piedra”, lleva a cabo un exhaustivo análisis sobre sociedades originarias. Allí establece que una sociedad tiene dos maneas de regular su economía con el fin de conseguir un equilibrio entre las necesidades de un pueblo y las posibilidades de satisfacción de las mismas: aumentando lo que produce o bajando las expectativas de consumo.
Las preguntas que dan lugar a pensar en profundidad muchos de nuestros problemas tienen que estar, indudablemente, bajo la órbita de la construcción de un proyecto de sociedad humana en donde se redefinan hasta nuestras propias subjetividades. Incluso al punto de generar una disciplina de consumo; la manera en que pensamos nuestras propias felicidades, placeres, hábitos cotidianos.
El mundo no está ahí para satisfacer nuestro deseo de consumo. Los enunciados en que se estructura el poder motivan la idea (les es inherente) de que la naturaleza está ahí para ser explotada para satisfacción de los caprichos humanos. Sin embargo, estos parten de deseos creados, por subjetividades objetivadas, para individuos hechos a medida de las necesidades del mercado.
La objetivación del mundo y la idolatría de la técnica requieren la generación no ya de consumidores, sino de consumistas. La producción para el mercado, propia del capitalismo, necesita consumistas. Dependiendo de los ciclos económicos necesitará que devengan o no consumidores. Una persona no deja de ser consumista por no tener capacidad de compra, es decir, por la pérdida de su poder adquisitivo: sólo deja de ser consumidor.
Pero Heidegger ya advertía en “Serenidad” que “La naturaleza se convierte en una única y gigantesca ‘estación de servicio’, en fuente de energía para la técnica y la industria modernas. Esta relación fundamentalmente técnica del hombre con el universo surgió primero en el siglo XVII, y ello en Europa y sólo en Europa. Y permaneció oculta por largo tiempo a las otras partes del globo. Era totalmente ajena a las anteriores edades y destinos de los pueblos”.
Ninguno de los sistemas de enunciados (envasados, listos para su adquisición a-crítica en el mercado de consumo), permite pensar a partir de nuevos interrogantes. Para esto, es necesario el pensamiento reflexivo, no ya el pensamiento técnico del que se jacta, por ejemplo, el mismo Durán Barba.

¿Es posible pensar un sistema educativo que, en lugar de generar consumidores, cree personas con capacidad de pensamiento reflexivo? ¿Qué posibilidades reales existen de promover fuentes de abastecimiento energético renovable, no contaminante? ¿Cómo ponerle fin a los desmontes para ampliar el monocultivo de comodities? Sólo ejemplos de lo que podría ser pensable, siempre por fuera, claro, de las encerronas de la ideología.

SER OCHO - Por Ivo Marinich


Yazco en este delirio desde el perfecto instante que logré advertirlo; que soy un ocho, ya no un hombre, sino un número baldío, estancado en la ociosa escala al diez. Es el ocho mi esencia prima que, a modo de susurros y sordos pasos a mis espaldas, me obligó a voltear para escrutarla de frente. “Esto eres”, pareció decirme, “lo has sido desde que arrastras memoria”. Me negué. No podía tolerar la idea de ser un dígito. Poco duró la negación. Terminó esta siendo la verdad que incineró las frágiles evidencias de quien soy. Quiero, mas no puedo evadirla; arremetió contra mis nociones con total desinterés e insensibilidad, tomó las riendas de mi juicio. Soy un ocho; mi nombre, altura y peso, mis ideas, debilidades, mis creencias, mis capacidades y potencial, ellos todos responden a la cifra que a dos estuvo de ser diez, también a dos de ser seis, el uno la eximición, el otro el repruebo.

Podría preguntárseme, ¿qué tiene de malo ser un ocho en una escala al diez? ¿No es más precario ser un dos, un lastimoso cuatro? Podría preguntárseme si acaso no soy otro cínico inconforme. Digo lo siguiente: un tres sufre menos desdicha, aún tan lejano al techo, porque por lo menos tiene identidad, el ocho, ambiguo e irresoluto, es la cifra indolente de la escala, el ocho es la confirmación lacerante de mi mediocridad; es neutro, un cero, no llega al insulso siete como tampoco al eximido diez, es un mediocre que no quiso ser menos pero careció del valor para ser más.

Mi condición de cifra estuvo siempre latente, sólo que yo no pude verlo. En el pupitre recibía los exámenes con el común denominador dibujado en rojo en la esquina superior derecha de la hoja, que sólo variaba decimales (lo máximo, un noventa y nueve). ¿Cómo no lo advertí antes? Siempre fui consciente del carácter numerario del ser humano, comienzo a pensar que adrede ignoré mi suerte.

Como yo en su momento, son incontables los que desconocen que son números; actúan, piensan, se desenvuelven yson a partir de una cifra, sólo que jamás se detuvieron a pensarlo. Aprendí que también están aquellos que lo saben y fingen ser más; por ejemplo, todo seis, casi con absoluta unanimidad, aclama ser siete con el subterfugio de que en realidad son seis con más de cincuenta decimales, y por ende les corresponde reconocerse como tales (se entiende la necesidad, el círculo de las oportunidades comienza a partir del siete, los que están debajo son emergentes estáticos). Es una lucha vana la del pobre seis, no hay facultad de ser más, se es lo que se es, salvo algún que otro caso de nepotismo que no convierte, sino disfraza. Esa palabra, disfraz, es pertinente cuando hablamos de números, ¡qué execrable como fingen su naturaleza! El peor sin dudas es el nueve, tan cercano a la cúspide está, que no lo tolera y se desvive por lograr ser una cifra más, y caerá en la frustración porque nunca logrará más de noventa y nueve decimales. También está el siete inconforme y vergonzoso, sobre todo envidioso, y eventualmente el diez que finge ser seis para sacar algún provecho coyuntural. A partir del siete, los números entablan una desenfrenada competencia, donde muchas veces entra en juego la propia identidad. La situación de los uno, los dos, tres, cuatros y cincos es diferente; ellos, cabizbajos, aceptan su realidad, y viven como les es posible vivir. No sería descabellado pensar que acaso son los verdaderos dichosos.

Una vez la verdad ante mí, logré decodificar mi vida a partir de esa cifra y todo tiene sentido. Trabajo en una oficina de sietes, para una empresa de sietes, ya cansado de que los nueves y dieces rechazaran mis postulaciones. Me tratan bien, para ellos soy uno más. Cobro un salario que no sobra, pero tampoco me priva. Me miran las mujeres como una figura atractiva que sin embargo carece de algo; reconozco esos ojos que en mí se detienen, sólo un segundo, y después se apartan en confusión. Tengo la fortuna de contar con Clara; preciosa diez que la vida arrastró a creerse un cinco. Espero, y aquí habla la porción más egoísta de mi ser, espero que jamás logre reconocerse. Mis padres, ochos también. Él, un admirable escritor que, por pavor a la crítica, jamás presentó un escrito (Sábato debe haber sido otro ocho), y trabajó toda su vida escribiendo lo que pensaban otros en un periódico local. Ella, incansable ama de casa que soñó siempre con abrir su restorán, y murió pensando que el próximo lunes comenzaría a cumplirlo.


La razón, por menester de consuelo, me llevó a una positividad débil respecto a mi frustrada condición de cifra. Llegué a pensar que el ocho cumple una dualidad de significaciones, ya que acostado representa el infinito. Esto dice que además de un ocho soy infinito, ¿o será que soy un ocho infinito, un infinito ocho? ¡Se burla de mí la razón! ¿Quiero una eterna reproducción de esta mediocridad? Es curioso que de todos sea ése el único número capaz de mutar en el infinito. Se burla de mi la razón, adrede me confunde. En verdad, la dualidad responde a una misma representación. Quizá sea eso mi vida, la eterna reproducción del ocho.