lunes, 20 de febrero de 2017

"Miss mercancías" por Lucio Vellucci


Primero un poco de historia

La historia de la cultura occidental es la historia de la dominación de los cuerpos. Si tenemos en cuenta el papel de la ideología imperialista católica observamos, con León Rozitchner en “La cosa y la cruz”, que acompañó los procesos de acumulación de capital, lo que no pudo darse sin un sometimiento continuado de las masas populares expropiadas de sus medios de vida. Es decir, no se puede pensar el sistema de dominación capitalista sin tener en cuenta la ideología católica en la historia y en el presente.
La religión ha tenido un rol más que significativo en cuanto a la construcción de los mecanismos de dominación ideológica sobre la población. Si pensamos en los mandamientos católicos, observamos un intento de reprimir el cuerpo, de limitarlo, de trazar las fronteras de la satisfacción de sus propios deseos. Como dice el pensador argentino citado con anterioridad, al instaurar el sentimiento de culpa adentro de cada uno, el poder empieza a dominarnos desde adentro. Se alimenta de la culpa por nuestros pecados.
Es el cuerpo propio, entonces, el campo de batalla en donde se juega nuestro sometimiento al poder y nuestra libertad. El poder, entonces, no siempre es algo exterior, y allí radica la efectividad de la dominación, forma parte de nosotros, de nuestra propia identidad, nuestros ‘valores’, nuestra moral. Como diría Faulkner en una de sus novelas “como hacemos con el caballo que nos conduce por un terreno arbolado, y al que solo dominamos cuando le hacemos creer que somos nosotros, y no él, los más fuertes; cuando le impedimos percatarse de su poder”, así parece actuar el poder sobre nosotros mismos. Y ello porque no lo vemos tal cual es, no vemos que si funciona la dominación es porque hay una colaboración de los sometidos. Ignoramos nuestro propio poder colectivo, que radica en nuestra corporeidad común.
Todo el tiempo le prestamos el cuerpo al poder para que nos siga dominando. Y el poder del imperialismo católico, para poder dominar, ha robado los cuerpos. Es decir, los ha mutilado de la misma manera que el poder del sistema de explotación capitalista. Pero no son poderes ajenos uno del otro, sino dos partes de lo mismo. Pensemos que la instauración del modelo de familia patriarcal no ha podido darse sin la colaboración de ambos sistemas de dominación. El cuerpo, pero sobre todo el cuerpo de la mujer, es el territorio del pecado. Por eso a lo largo de la historia occidental vemos cómo han podido ir variando las distintas formas en que los poderes instituidos han logrado reprimir el cuerpo.
Eva fue la primera mujer revolucionaria cuando, desobedeciendo al poder, da rienda suelta a la tentación y come la manzana prohibida. Sin embargo, pareciera que esa rebeldía inicial le enseñó al poder que no se podía confiar en ellas, que había que perfeccionar los mecanismos de represión. El modelo ideal de la mujer dentro de la Iglesia luego fue la virgen, quien procrea por obra divina. El relato mitológico de la concepción de Cristo da cuenta de esa expropiación del cuerpo a la mujer. En ella todo es espíritu, separado, del cuerpo. Es una mujer asexuada.
Esto sigue, por ejemplo, con la concepción renacentista del cuerpo. El Hombre se mira por primera vez los órganos, se divide el cuerpo parte por parte, se lo disecciona, se lo clasifica, se lo descompone y pierde su unidad. No es un todo, son partes de un mecanismo. Y en el dualismo cartesiano persiste la dualidad alma-cuerpo. El cuerpo, entonces, siguió siendo la cáscara, el envase de algo superior: Razón, Espíritu, Alma.
Es decir, no sólo la cultura capitalista ha expropiado a los seres humanos los medios de vida, lo ha separado de la tierra para incluirlo en el sistema de producción en las fábricas, sino que también le ha expropiado su propio cuerpo. Los poderes dominantes intensifican esa expropiación y así acallan todas las potencialidades liberadoras de un cuerpo. Pero, insistimos, esa coerción no viene de afuera. Lo que viene de afuera es solo la amenaza, la afección de temor, el terrorismo. La culpa ya ha sido instaurada y seamos o no adeptos a tal o cual credo, las normas morales ejercen presión en la cultura en que vivimos. En la Edad Media el terror era la amenaza del infierno, y cuando las cosas se iban de la mano, cuando el caballo comenzaba a sospechar que el jinete no fuera tan poderoso como parecía y que podía elegir la dirección de su propio galope, entonces la hoguera, la Inquisición, y también sus formas de dominación en los cuerpos indígenas tras la conquista en América.
En la misma dirección, las libertades sexuales nunca parecieron gustarle al poder imperial católico. El orgasmo femenino, ha sido siempre el sonido de la mujer pecaminosa en la ideología imperialista católica. El cuerpo, y sobre todo, insistimos, el cuerpo de la mujer, no le pertenece, sino que ha sido propiedad del Espíritu Santo. La mujer ha representado la pureza, vestida de blanco en el altar, y su cuerpo (con el que hay que tener cuidado, porque tienta) está cargado de sexualidad que hay que reprimir. El niño es arrancado del cuerpo de la madre y la cultura lo mete en el mundo adulto, macho, y así se empieza a reprimir lo femenino de su cuerpo. Allí empieza a comprender las reglas morales del mundo burgués, blanco, macho, y comienza a diferenciar lo bueno de lo malo, lo pecaminoso del camino recto, acepta la heterosexualidad obligatoria además de la libertad, en tanto macho, de gozar del cuerpo disgregado y reprimido de la mujer.
Pero también aprendemos, en tanto machos, a permanecer dentro de nuestra esfera masculina en la vida cotidiana. Cada cultura traza los límites de la moralidad, establece modos de relacionarse con aquello que amenaza el orden social. Por eso el macho no puede acercarse a la sangre menstrual de la mujer, no es cosa de machos, está fuera de la esfera masculina que traza la cultura. Por eso mismo ha sido a lo largo de la historia algo a lo que el macho no puede acercarse sin perder cierta cuota de masculinidad. Debe alejarse de la impureza de la sangre femenina e, incluso, es bueno tampoco hablar de ello.
En la relación del macho con el cuerpo de la mujer podemos ver los condicionamientos culturales que, a través de nuestros cuerpos, el poder nos moldea desde nuestra propia subjetividad para someternos. El cuerpo del macho tampoco goza de libertad mientras que el de la mujer es reprimido. El cuerpo masculino también ha sido diseccionado en partes, clasificado por la cultura, una parte de él reprimida. Se constituye el macho protector, proveedor tanto del sustento económico como de semen. Porque son cuerpos, los nuestros, despedazados en partes. Conjuntos de órganos encerrados en la piel. Los cuerpos son atomizados. Es decir, no es aquello a partir de lo cual nos conectamos con los otros seres humanos y con la naturaleza, sino aquello que nos separa. El poder nos individualiza, nos encierra en nuestro propio cuerpo reprimido cortando los lazos de conexión.
Retomando a Freud, Rozitchner nos habla de un ‘cuerpo común’. El poder de la Iglesia y del Ejército, todas las instituciones disciplinarias de nuestra sociedad, buscan romper el cuerpo común en unidades dispersas. Lo mismo que sucede, a su vez, con el cuerpo individual de cada uno, descompuesto en partes orgánicas. Este divisionismo es el modo en que el poder nos domina desde adentro y “el cuerpo de los hombres que se rebelan debe ser devuelto a los límites precisos de su propia piel que la tortura impone y marca frente al desborde y la osadía, y en vez de ser superficie de contacto y relación, sólo debe serlo, picana mediante, de exclusión y separación”.

Una crítica acorde a nuestros tiempos.

En la actualidad, el poder actúa sobre la apariencia de libertad. No podemos dejar de lado la influencia que ejerce el poder imperialista católico aun hoy en cuanto a la expropiación de los cuerpos, sobre todo el de la mujer. No es ella la que decide sobre su propio cuerpo, es el Estado bajo la influencia de la Iglesia. Es este poder el que, aun hoy, sigue matando a muchas mujeres a las que condena al aborto clandestino.
Pero también la industria cultural impone nuevas formas de domesticación. Mientras todo se mercantiliza en la sociedad de consumo, el cuerpo también. Los formatos estereotipados de belleza que se nos impone siguen reproduciendo la expropiación de nuestros cuerpos porque siguen apareciendo, bajo la ilusión de la libertad, diseccionados en partes, en tetas, culos, bocas, panzas, cinturas, muslo. Estamos alienados de nuestro propio cuerpo.
Si decíamos que el poder actúa desde adentro de nosotros mismos, debemos pensar que la dominación radica en que esos estereotipos cosificados se instauran como deseables en nuestra cultura oficial actual. Nuestros cuerpos desconcetados buscan asemejarse a esos ideales que están detrás de las pantallas televisivas y arriba de los escenarios y, así, colaboramos con nuestra propia domesticación. Todo lo que tiene de rebeldía nuestro cuerpo queda silenciado, reprimido dentro de la jaula que esta cultura fabrica.
“Nadie sabe cuánto puede un cuerpo” decía Spinoza. Precisamente, está atrapado en esa jaula en donde es moldeado para dominar más efectivamente. Nadie sabe cuánto puede un cuerpo porque en la cultura dominante está reducido, reprimidas sus potencialidades liberadoras. El poder sabe que es peligroso, sobre todo el cuerpo colectivo. Por eso lo individualiza, lo selecciona, lo pone en el centro de la escena, lo sube al escenario, lo pasea ante las cámaras, lo hace desfilar, lo mide, es decir lo cuantifica, lo rompe en distintos planos y lo destaca en tomas fotográficas o enfoca un movimiento, le da brillo, le imprime la marca masculina con lencería erótica, le da color y le corrige las marcas indeseables con maquillaje, lo estira aquí, lo reduce otro poco allá, le exige la risa, borra del cuerpo todo lo que tiene de rebeldía, lo mercantiliza, es objeto de consumo. Es el cuerpo negado a la mujer del ideal católico, es el cuerpo despedazado del dualismo cartesiano, es el mismo cuerpo vuelto mercancía del consumismo capitalista. No es cuerpo. Es carne humana cosificada.
También los poderes locales fomentan este negocio que sirve para domesticarnos. No solo los grandes medios de comunicación ejecutan día a día esa condena de nuestra propia corporeidad reducida a cosa individualizada, sino también aquellos eventos culturales que premian modelos de belleza.
Llama la atención el silencio cómplice de los organismos del estado, de los funcionarios, de los militantes del oficialismo y opositores, que podrían contribuir a rever esta situación. Más allá del cotillón con que se adorna el discurso progresista, la sola existencia del concurso de ‘belleza’ que se repite año a año cada 19 de marzo, es la clara muestra de la hipocresía con que se maneja el poder para mercantilizar los cuerpos. Claro que estos eventos tienen la complicidad de los ciudadanos que se congregan a aplaudir estas bajezas, pero los responsables principales son los funcionarios que, en su tarea ejecutiva para la que fueron designados, siguen gastando las contribuciones tributarias en perpetuar nuestra mediocridad para domesticarnos mejor.
Desde el intendente municipal hasta la Secretaría de Cultura y los organismos municipales que dicen representar las problemáticas de género, pero también todos los colaboradores ‘militantes-funcionarios’ que no pueden no ver este hecho más que evidente. Ni siquiera hubiera sido necesaria hacer una mención histórica para que todos pudiéramos verlo.
Hasta cuándo se va a seguir con este espectáculo bochornoso? Hasta cuándo van a seguir con el negocio de concursos de belleza que les sirve para fomentar a su vez el negocio de las ‘escuelas de modelo’? Al menos, no podemos ya decir que no somos conscientes de esto, ya no podemos regodearnos en nuestro cinismo. O acaso hace falta tanta teoría para entender el efecto nocivo que tiene para los jóvenes que ven en eso un modelo a seguir, que ven en eso la marca de su propia frustración en la imposibilidad de adecuarse a lo que premia nuestra cultura?

1 comentario:

  1. Estamos en un momento en el que es indispensable no plantearnos cómo fue que empezó todo,de donde viene... Y claro esta,somos condicionados desde el nacimiento a estas estructuras de poder. Tanto la iglesia, como el estado mismo actúan con desmesura y corrupción. Lo importante es ser conscientes de esto, para no dejar que influencien y condicionen nuestra forma de pensar.

    Excelente tu artículo. Gracias!

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